domingo, 10 de mayo de 2009

No soy ni un centimetro sin ti...


Mamá con Ale




Cuando ella me dijo que iríamos a caminar, supe que algo no andaba bien, a pesar de mis cinco años yo sabia perfectamente que algo dentro de ella le preocupaba, sus ojos desolados por la tarde parecían tener una lagrima que nunca iba a nacer pero que estaría ahí como una daga en esas pupilas negras tan grandes. Ella siempre llevándome de la mano, porque sus manos aunque muy delicadas siempre fueron muy fuertes que siempre me daban seguridad para hacer cualquier cosa si estaba a mí lado. Ese día caminamos por calles que mi memoria no lograba plasmar a plenitud, simplemente su perfume de casa lograba ocupar mis sentidos y no confundirme con lo mentirosa que puede ser la vida. Ella a pesar de no ser alta, yo tenia que alzar mi cabeza lo más que podía para ver su rostro tan lindo que me dejaba en claro que iba a ser la mujer más importante en toda mi vida. Yo la conocí de pequeño, creo que aun antes de tocar sus manos y de llorarle en la cara como un recién llegado, no recuerdo la primera vez que me elevó en sus brazos, tampoco cuando me dio mi alimento de su propio interior, mucho menos recuerdo las tantas canciones que intentaban no hacerme ese chiquito llorón que siempre fui.

Nunca supe su nombre hasta que fui un niño malcriado, era suficiente con una palabra tan simple y a la vez tan poderosa como es el de decirle: “mamá” porque Silvia era un nombre de mujer que se había casado joven y que estudió confección en una academia que nunca conocí, Silvia es para los pocos amigos, para sus hermanas o simplemente para ella misma cuando se buscaba tímidamente en el espejo.

Ese día caminamos mucho, no reconocía las calles, aunque a los cinco años todo es desconocido como una selva de hojas oscuras, lo único que me causaba sorpresa era que mi madre tan alegre, tan sonrisa y tan serena estuviera a lado mío demasiado callada cuando nunca era así, con esa monotonía de rostro que en los últimos minutos me causaba un gran asombro y ganas de preguntarle tantas cosas como: el por qué sólo estábamos los dos? Por qué no me hablaba? y desde luego preguntarle como siempre: quién era la persona más importante de su vida? Pero ese día yo fui tan mudo como el pajarito que se posaba en mi ventana en primavera y que me ignoraba cuando yo quería tocarlo.

Luego de varios minutos el atardecer caía bajo el manto de esas nubes grises, entonces empezó a llover y esa lluvia me entristeció tanto que me sentí tan bien de experimentar eso, el viento siempre despeinado me conmovía trémulamente que me daba tantas ganas de decirle a ella de irnos para siempre los dos. Mamá seguía callada, de vez en cuando me miraba sonriendo y yo trataba de imitarla pero no me salía tan bien porque con esa agua cayendo iba dándome cuenta que nunca más seria feliz, que la cotidianidad pesada que marcaba el paso me iba a causar una nausea que en ese entonces no entendía bien, entonces quise decirle que tenia miedo, que por primera vez en mucho tiempo me sentía en un hueco tan profundo y que por primera vez mi nombre no significaba nada, entonces cuando estuve apunto de gritarle: Alto!!! Nos detuvimos en un parque y ella me dijo que vaya a jugar, mientras se sentaba en una banca mirándome fijamente, yo me quedé quieto, con esa duda de correr o abrazarla, quise decirle que aun no estaba listo, que mejor seria ser como los demás y que ella tomara mis decisiones, pero su mirada tan serena de siempre me condujo con una brisa que sentí en la mejillas hacia al frente, entonces sin decir nada corrí hacia los árboles que formaban puentes frágiles en el aire y di muchas vueltas como me dio la gana, varias veces me caí y varias veces me tuve que levantar yo mismo a pesar que tenia muchos raspones, ella sólo me miraba con una gran sonrisa que casi tapaba la tristeza de sus ojos, así seguí saltando, corriendo, matando hormigas y retando a la lluvia a que me tocara.

Pasó más de una hora cuando me detuve y caminé despacio hacia la banca, ella me tocó el rostro y sacó un pañuelo para limpiarme las mejillas, yo le detuve la mano, agarré el pañuelo y yo mismo me limpié lo mejor que pude, ella sólo podía sonreír tímidamente mientras aceptaba mi decisión porque yo entendía perfectamente todo, no hacía falta más palabra, mucho menos hacía falta una hora más de esa lluvia en ese parque cómplice para los dos, entonces nos miramos por ultima vez, le dije que hoy no tenia ganas de ver televisión al llegar a casa, le dije muchas cosas y ella me decía sí a todo, luego la abrasé y le dije que nunca olvidaría esto, que podía ser un niño pero desde hoy ya no tendría miedo de abrir la puerta ni de salir yo solo a jugar pelota, lo ultimo que le dije fue que siempre la querría más que a nadie, ella sólo sonreía y sus ojos tenían aun esa tristeza como si hubiese perdido algo.

Entonces nos levantamos de la banca y nos fuimos caminando a casa, yo colgado de su brazo y contando las cuadras que tendría que caminar cuando volviese a ese parque yo solo a jugar cuando me diese la gana.

Desde ese día mi madre me dio la libertad y yo por eso me até a ella para siempre…