viernes, 3 de abril de 2009

Nunca es tarde para un final...



Realmente extraño ver morir atardeceres como antes, esa sensación tan conmovedora que es cuando lo azul se vuelve gris y lo gris en un lila tan decadente que termina pareciéndose a un ojo cerrado.

Había veces que yo veía morir atardeceres desde mi casa en González Prada, en esa pequeña ventana junto a mi cama que me ofrecía la vista de un surquillo de espaldas, mi madre siempre me decía que vaya a jugar pero yo siempre le respondía que iría en unos minutos sabiendo que eso no sucedería, ella me miraba tan compasiva y me cobijaba con mi frazada verde para que el viento no me cause un resfrío. Cuando pasaron los años me fui olvidando de eso porque para un adolescente hay cosas que se vuelven más importantes como los amigos, el fútbol y las chicas. Pero cuando conocí a Giovanna eso cambio por completo. Recuerdo que la primera vez que me llevó a ver decaer un atardecer a la playa, yo le dije que por favor tuviera cuidado con mi exigente manía de cuidarme del sol, ella me miró muy calmada y me dijo: “No te preocupes andresito para eso estoy yo para que nadie te toque, aunque quizás yo no cumpla con eso mismo…” Entonces levantaba su cabeza al infinito y la volvía a bajar hasta mi hombro siempre atenta de lo que el viento hacia con mi cabello.

Yo la había conocido por intermedio de un amigo, parecía muy niña a pesar que ya tenía dieciocho años y como yo tampoco parecía de diecinueve, éramos la pareja de chibolos más grandes que existía por aquella época. Ella era muy alegre, tan alegre que malograba mi manía de ser melancólico un viernes por la tarde y eso poco a poco nos separó y además porque ella tan niña, tan ondulada y tan canela, se desaparecía hasta en los nombres cuando uno la quería nombrar con cariño, primero le decía Giovanna, luego Giova, Gio, Gi … Hasta que un día ya no me quedó letra con que dirigirme a ella y tampoco ya quedaba nada porque así es Marzo y porque era de noche cuando nos perdíamos por la playa y al final llegó el momento de que desaparezcamos de nuestras vidas.

“Algún día escribirás sobre mí” me decía tan segura que yo pensaba que jamás tendría la razón, pero ha tenido que pasar varios años, más de mil días para que yo me siente y escriba sobre cómo ella me enseñó a volver a mirar atardeceres muertos, cómo sostenía mi dedo mientras pintaba con la arena a ese sol partido por la mitad en pleno mar.

Un día cuando volvimos a esa playa casi desierta, ella me preguntó si creía en el amor a primera vista, yo le di toda una clase y varias hipótesis sobre eso, desde cuentos, poemas y tantos artículos que había leído, cuando ella me miró con un gesto extraño en que ponía su boca de lado y me dijo “Te he preguntado si tú crees, no si es verdad o no que exista” Yo trataba de no responder porque sabia la siguiente pregunta que iba a formular, pero ella no me dejó opción con esa mirada tan aguda que por un momento creí que el que se moría no era el atardecer sino era yo. “Bueno la verdad es que se puede decir que no” Le mentí vilmente porque era al fin de cuentas Giovanna, Gio para esa época. Ella miró al frente, parecía que volaba con esas ultimas gaviotas perdidas en ese horizonte y me dijo “Es una lastima, no sabes de lo que te pierdes” y volvió a apoyarse en mi hombro como siempre y no pronunció palabra hasta que me dijo: “Hay veces que te quiero tanto cuando te odio” y yo le respondí dulcemente “Es por eso que yo te odio siempre” y se apoderó de mi mano tan fuerte que parecía odiarme más que nunca. Ese día le dije que le escribiría un cuento tan largo que no habría memoria suficiente en la maquina para guardarlo y que no se preocupara que se lo enviaría donde este, porque si hoy estábamos aquí, mañana quizás estaríamos al otro extremo, ella dijo sí a todo lo que le decía, respondiéndome con la boca, con la cabeza, con esa lagrimas que se le caían una a una porque sabia que habría un fin y peor aun habría un olvido que como dice algún vals es peor que el mismísimo odio.

Dos semanas después Giovanna y yo desaparecimos de nuestras vidas un jueves a la misma hora que nos conocimos. Sus ultimas palabras fueron “Esperaré el cuento o por lo menos una pagina donde sea la protagonista” Yo le prometí que lo haría, que era mi deuda por los tantos atardeceres muertos que ella había dejado bajo mis ojos, realmente ese día no la pude odiar como hubiese querido y maldije mi maldita forma de no gustarme la playa en Marzo.

Pasó cinco años y el cuento se volvió una crónica que al fin de cuentas la mayoría lo toma como cuento, así que sin deudas que me pesen (A no ser que alguien me recuerde lo contrario) por fin puedo yo morir un poquito este día.